jueves, marzo 15

El pulso de occidente

La relación entre la filosofía\ciencia y la revelación, está signada por una -en palabras de Leo Strauss- "tensión fundamental". Justamente, dicha tensión constituye el motor que dona de vitalidad a éste, nuestro occidente en crisis permanente.
Preguntarse por si ésta tensión es la que posibilitó el éxito y la supremacía de la península europea por sobre la Tierra, no viene directamente al caso pero puede ser un interesante rumbo para incursionar, para investigar.
Arquitectónicamente hablando, la filosofía griega y la Biblia constituyen los dos pilares sobre los que occidente se sostiene: sus fundamentos más constitutivos y elementales. De ahí la interminable batalla entre teología y filosofía -después también con la ciencia- que todavía no encontró su crepúsculo.
Esta tensión de nunca acabar es la discución, la lucha, que en su proceso terminó forjando la moral y la ley occidental así como también el conocimiento y el saber. Todo conocimiento es el producto de la lucha, decía Nietzsche en su Gaya ciencia: como en el choque entre dos espadas, donde la chispa entre ambas dispara conocimiento.
Porque la ortodoxia teológica es tan irrefutable como la existencia de Dios, como la fe y la revelación. Porque no hay Teorema de Tales, por más perfecto e inmejorable que sea, que pueda derrumbar los muros de los templos, las iglesias, las mezquitas. Porque no hay premio Nobel de física que refute la creencia en los milagros, el sentido de los santos.
No obstante, estas batallas pueden a llegar a constituir la clave para entender por qué la cultura occidental salió a conquistar -exitosamente- el mundo. Probablemente, estas tensiones son las que hacen a la vitalidad de la cultura más compleja y decadente de la Tierra. La que emergió de una pequeña peninsula asiática llamada Europa.

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