La entera obra de Ezequiel Martínez Estrada, pretende ser una reescritura de la historia nacional desde una singular perspectiva que se condensa alrededor de él mismo, alineando en sus libros a numerosos autores clásicos, junto con diversos pensadores que podríamos denominar como contemporáneos.
Sarmiento y Groussac, Freud y Jung, Simmel y Spengler, Goethe y Aristóteles, Toynbee y Ciceron, Borges y Lugones, se pasean por las páginas de éste extemporáneo sociólogo argentino. Cuando un pensador construye su obra lo hace mediante alianzas con otros nombres, a partir de lazos que pueden constituir el armazón de una maquina viviente que delata sus propias referencias en las citas a las que recurre.
Pero justamente el carácter vital de la obra del radiógrafo santafesino, radica en que dicha composición mutila a los autores de referencia en pro de generar su propio pensamiento. Cargado de autores pero singular. La maniobra creativa de Martínez Estrada se asemeja a aquella sodomía filosófica de la que hablaba Gilles Deleuze. El filósofo francés decía que a un autor se lo toma por atrás, y se le hace un hijo irreconocible, un mounstro.
De ahí que podamos decir que el Sarmiento de Rojas no es el mismo que el de Lugones; y por tanto, Estrada erigirá su propio Sarmiento, su propia historia.
Martínez Estrada construye su filosofía de la historia tomándola a ésta por atrás, engendrandole un hijo: irreconocible y singular. Haciendo gala de los más diversos nombres, para sudar historia, para sangrar pensamiento.
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