sábado, marzo 17

Progresivamente desencantados

Walter Benjamin vislumbra una civilización gris, sobria, metalizada por el progreso: una nueva barbarie. Lo que rechaza tajantemente es el mito que erige al desarrollo técnico y económico como garantía de un mejoramiento de las condiciones sociales y humanas de existencia. La técnica y el progreso han convertido al mundo habitable en la total negación del Edén: la tierra devino infierno. En Baudelaire, como en Benjamin, el pasado murmura y retorna actualizado como iluminación: "Interrumpir el curso del mundo era el deseo más profundo de Baudelaire", dispara Benjamin.
La búsqueda de Walter Benjamin apunta a emplazarse como la mediación entre las profanas luchas emancipatorias y la promesa mesiánica, habiendo una profunda conexión entre observancia religiosa y política. En este sentido, la felicidad del presente es la redención del pasado. El hombre debe buscar la Reparación, la Desolación del pasado como un elemento necesario para la revolución. Pero la combinación de esa lucha por el pasado debe ser seguida por la lucha de acuerdo a objetivos claros en el presente.
La revolución en Benjamin cobra la forma de una utopía de lo por venir, como una redención mesiánica en la que la reconciliación entre el hombre y la naturaleza implican una buena nueva: el retorno de lo edénico. Se asemeja a una interrupción redentora, como una búsqueda de la experiencia perdida que desemboca en un tiempo estallado, donde pasado, presente y futuro conviven en acto. No es posible vencer hoy en miras al futuro sin una buena lectura del pasado, considerando que quien vence hoy en la tierra lo hace para todos los tiempos. La revolución, en su versión benjaminiana, pretende nada menos que vencer al Anti-Cristo.

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